Todo el que tenga sed, que venga a mí y beba

Todo el que tenga sed, que venga a mí y beba

  1. Marcelino respondía con dedicación y de forma práctica y efectiva a las necesidades que veía a su alrededor. Esa respuesta estaba modelada también por el Proyecto* que compartían los primeros maristas, quienes soñaban con una nueva manera de ser Iglesia, como habían prometido en Fourvière*.19 Con Juan Claudio Colin*, Juana María Chavoin* y los otros ‘fundadores maristas’, compartía la convicción de que María los había congregado para responder a las necesidades de la Francia post-revolucionaria.

  1. Los maristas entendían su Proyecto* como una participación en la tarea de María de traer la vida de Cristo al mundo y estar presente en la Iglesia naciente. Era una labor que deseaban extender a todas las diócesis del mundo y que sería estructurada como un árbol con diversas ramas, incluyendo sacerdotes, hermanas, hermanos y seglares.

  1. La espiritualidad marista, que tuvo su origen en Marcelino y la comunidad fundacional, se ha ido enriqueciendo con las sucesivas generaciones de seguidores y se ha convertido ya en una corriente de agua viva. Las generaciones futuras seguirán contribuyendo a que aumente el caudal de esta espiritualidad. Como Marcelino, sabemos que María continúa guiando su desarrollo.

  1. Todo auténtico carisma es una gracia del Espíritu Santo que se nos confía para construir y unificar la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Nosotros creemos que el carisma* de Marcelino es un don para la Iglesia y el mundo, que estamos invitados a seguir desarrollando mediante una participación cada vez más honda en él. Nuestra espiritualidad define y expresa este carisma* al encarnarse en cada lugar y momento de la historia.

  1. Al vivir nuestra espiritualidad, nuestra sed se sacia en los ríos de “agua viva”. A cambio, nosotros mismos nos convertimos también en “agua viva” para los demás.

 Evangelio para la semana

 Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor

 Jesús nos invita a:

Vivir cada día con honradez y autenticidad. Estar siempre dispuestos a servir y ser solidarios con los que más necesitan. Miremos a nuestro alrededor para ver quien requiere nuestra ayuda y demos nuestro tiempo y colaboración para que puedan resolver sus dificultades y problemas, gracias a nuestro servicio.

Para la reflexión

En el Evangelio se declara “bienaventurado” no al que confía en el Señor sino simplemente a los que en este mundo les ha tocado la peor parte. Jesús no dice “dichos los pobres que confían en Dios”. Dice simplemente “Dichosos los pobres” y “los que tienen hambre” y “los que lloran”. Sin más. No es necesario ningún título más para merecer ser declarados “bienaventurados” por Jesús y recibir la promesa de reino. Sólo la última de las bienaventuranzas se refiere a los discípulos de Jesús, a los que serán perseguidos por causa de su nombre. Esos también son “bienaventurados”.

El amor y la misericordia de Dios son para todos los hombres y mujeres. Precisamente por eso se manifiesta, en primer lugar, a aquellos que no tienen nada, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. A ellos se dirige preferentemente el amor Dios. A ellos les tenemos que amar preferentemente los cristianos porque son los “bienaventurados” de Dios. Porque son nuestros hermanos pobres y abandonados. Nosotros confiamos en que en el reino nos encontraremos todos, ellos y nosotros, compartiendo la mesa de la “bienaventuranza”.

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