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Marcelino respondía con dedicación y de forma práctica y efectiva a las necesidades que veía a su alrededor. Esa respuesta estaba modelada también por el Proyecto* que compartían los primeros maristas, quienes soñaban con una nueva manera de ser Iglesia, como habían prometido en Fourvière*.19 Con Juan Claudio Colin*, Juana María Chavoin* y los otros ‘fundadores maristas’, compartía la convicción de que María los había congregado para responder a las necesidades de la Francia post-revolucionaria.
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Los maristas entendían su Proyecto* como una participación en la tarea de María de traer la vida de Cristo al mundo y estar presente en la Iglesia naciente. Era una labor que deseaban extender a todas las diócesis del mundo y que sería estructurada como un árbol con diversas ramas, incluyendo sacerdotes, hermanas, hermanos y seglares.
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La espiritualidad marista, que tuvo su origen en Marcelino y la comunidad fundacional, se ha ido enriqueciendo con las sucesivas generaciones de seguidores y se ha convertido ya en una corriente de agua viva. Las generaciones futuras seguirán contribuyendo a que aumente el caudal de esta espiritualidad. Como Marcelino, sabemos que María continúa guiando su desarrollo.
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Todo auténtico carisma es una gracia del Espíritu Santo que se nos confía para construir y unificar la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Nosotros creemos que el carisma* de Marcelino es un don para la Iglesia y el mundo, que estamos invitados a seguir desarrollando mediante una participación cada vez más honda en él. Nuestra espiritualidad define y expresa este carisma* al encarnarse en cada lugar y momento de la historia.
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Al vivir nuestra espiritualidad, nuestra sed se sacia en los ríos de “agua viva”. A cambio, nosotros mismos nos convertimos también en “agua viva” para los demás.